“El silencio es el gran arte de
la conversación” William Hazlitt
Para liderar hay que aprender a
escuchar. A escuchar de verdad, no a dejar puesta la cara y adentrarnos en
nuestros propios pensamientos. La escucha entendida como un acto de generosidad
y entrega, en un claro interés por el otro, su realidad y sus motivaciones.
Si en realidad liderar es servir,
Hunter (2005), la escucha es el vehículo principal para un liderazgo exitoso, y
no me refiero sólo a liderar a tu equipo o a tu familia, se trata también de
liderar una reunión, o un proyecto. Haz la prueba, es paradójico, pero cierto.
Escucha más y mejor, y te escucharán a más a ti. Porque no tratarás de
monopolizar la atención de nadie, estarás más relajado y cuando realices alguna
aportación, tendrá más valor, porque incorporará el punto de vista del otro,
porque lo habrás escuchado de corazón. Y el otro, te valorará más, y sin
querer, muchas veces, como casi nadie escucha, acabará dirigiéndote el mensaje
a ti.
Tendemos a asociar la escucha
como un elemento pasivo y el habla como una muestra de liderazgo, pero al
contrario, y más en los tiempos que corren, donde la atención es escasa y la
información excesiva, en los que asistimos a las reuniones con la tecnología “a
bordo” y nos pasamos el rato atendiendo de forma interrumpida a los compañeros
de la reunión, al tiempo que respondiendo e-mails en el portátil y mensajes en
nuestro móvil. Hoy más que nunca, encontrar a alguien que nos escuche de
verdad, con atención plena, es un lujo, que cada vez valoramos más.
Porque escuchar requiere silenciar
nuestra mente, para ello tenemos que desactivar la tendencia a responder de
manera rápida y poco reflexiva. Porque como nos recuerda Covey (2003), la mayor
parte de las personas no escuchan con la intención de comprender, sino para
contestar. Lo filtramos todo a través de nuestros propios paradigmas, queremos
que nos comprendan y nuestras conversaciones se convierten en monólogos colectivos. Pero para ser
comprendidos, primero debemos tratar de comprender al otro.
Y no digamos ya en contextos de
cierta agresividad, ante los incontinentes verbales o los agresores verbales,
como nos recomienda Estrella Montolío, (2020), el silencio es una buena
estrategia defensiva, muy infravalorado en una cultura del desparrame verbal.
Pero los comentarios malvados se hacen más evidentes cuando no encuentran eco y
las audiencias de todo tipo gratifican
al que no pierde la calma. Por tanto, escuchar y mantenernos en silencio, lejos
de ser una muestra de debilidad, se convierte en nuestra principal fortaleza.
Si la comunicación es la aptitud más
importante de la vida, si en realidad todo problema es, en última instancia, un
problema de comunicación. Y más en estos tiempos, donde priman las soft skills, el trabajo por proyectos y
la agilidad. Entonces, cómo es que nos pasamos años aprendiendo a hablar, a
leer y a escribir, pero no dedicamos tiempo a aprender a escuchar? Como nos
decía Ernest Hemingway, se necesitan dos
años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar. Si, como reza un famoso proverbio árabe, Dios
nos dio una boca y dos oídos para escuchar el doble de lo que hablamos, ¿cómo
es que nos pasamos al día hablando y compitiendo por la atención de los demás, en
lugar de focalizarnos en la escucha?
Probablemente porque hacer este
cambio de mentalidad requiere un esfuerzo importante, y seguro, porque lo has
probado poco.
En coaching y en todo líder
coach, es muy importante la escucha empática, en la que te esfuerzas en entrar
en el marco de referencia del otro, tratando ver el mundo desde su punto de
vista, ello requiere, escuchar sin filtros, sin prejuicios. Por eso la escucha empática, como nos dice Covey
(2003), es un depósito enorme en la cuenta bancaria emocional, profundamente
curativa y proporciona aire psicológico
a los demás.
Esta escucha consciente no es tan
difícil, como escribe Rebecca Z. Shafir (2001) en el libro de El arte de
escuchar. Aprender a escuchar es aprender a amar. La escucha consciente no es
más que la sinergia que se obtiene a partir de tres factores: relajación,
concentración y ganas de aprender o de entender otros puntos de vista. Escuchar con el corazón, el cuerpo y la mente
requiere un cambio de actitud en la relación que establecemos con el hablante:
implica centrarse en el proceso de escuchar, y no en el resultado.
Para escuchar empatizando debemos
tratar de evitar comportamientos que fluyen en nosotros de forma natural: la evaluación,
tanto cuando estamos de acuerdo como cuando disentimos, el sondeo, que ocurre cuando
formulamos preguntas partiendo de nuestro propio marco de referencia, y muy
especialmente, debemos evitar el consejo, basado en nuestra experiencia, así
como la interpretación, cuando tratamos de descifrar a alguien sobre la base de
nuestros propios motivos y conductas.
No en vano, según Covey (2003), dejarse
influir, es la clave para influir en los otros. ¡El círculo de influencia
empieza a expandirse!
Entonces, ¿qué conductas debemos
fomentar? Además del silencio entregado, nos ayuda practicar la confirmación,
sin valoración ni crítica, se trata de devolver la información, sin añadir nada
de nuestro lado, simplemente confirmando. También nos servirá usar la
paráfrasis, repetir o resumir el mensaje del otro para aumentar la claridad y
facilitar la reflexión.
Ojalá con este artículo hayas
tomado consciencia de que para ser un buen líder, hay que saber escuchar, y que
para ser escuchado, hay que empezar escuchando, con los oídos, pero también con
el corazón. Pues al final, es más fácil liderar desde la escucha que desde la
palabra. Pruébalo, no tienes nada que perder.
Hunter, J. C. (2005) La Paradoja. Un relato sobre la
verdadera esencia de liderazgo. Barcelona: Empresa Activa.
Covey, S. R. (2003). Los 7 hábitos de la gente altamente
efectiva. Buenos Aires: Paidós.
Montolío, Estrella (10 de marzo de 2020). Vivir entre
conversaciones superficiales crea malestar físico. La Vanguardia.
Shafir, Rebecca Z. (2001). El arte de escuchar. Aprender a
escuchar es aprender a amar. Barcelona: Grijalbo.
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